martes, 16 de diciembre de 2008

Dictado 11-12-08

Siempre que un familiar fallece es una renovación de fe para los demás familiares, y es un planteamiento, de lo poco que vale esta vida, comparada con la otra que es eterna. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Hijos de Dios Altísimo, no temáis o aflijáis por la muerte corporal de un familiar, más bien temed y rezad por su alma que es la que puede perderse eternamente.

El cuerpo, hijos de Dios, vuelve a donde surgió, al polvo, porque polvo sois y en polvo os convertiréis. No lloréis cuando desde el Cielo se llama a un alma a comparecer ante Dios, porque esa ida, no es para siempre sino transitoria, pues volveréis a encontraros en vuestra partida.

Cuando el Cielo llama a un ser y se lo lleva, ese ser será, si ha sido creyente y ha vivido según su fe, un gran intercesor ante el Trono de Dios para sus hijos y familiares, pero vosotros, rogad por su alma para que esas oraciones aceleren su entrada en el Cielo y su poder de intercesión sea más eficaz. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Vuestras penas por el ser querido que se ha ido, llegan al Corazón de María Santísima y Ella las recoge y las presenta al Padre Eterno y a su Divino Hijo, para el bien del alma que se ha ido y que volveréis a encontrar en la vida del alma. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Sed fuertes cuando se vaya un familiar. No son las lágrimas las que lo salvaran sino la conformidad con la voluntad de Dios, si bien, es humano llorar y hasta Jesús lloró, no os escudéis (resguardéis) en llantos y sed consecuentes con vuestra fe y ofreced por el difunto sufragios de fe, esperanza y caridad, que aceleren su purificación, y el (difunto) os lo tendrá en cuenta cuando goce de Dios por siempre jamás, Yo, Espíritu de Dios, os hablo.